Lágrimas

En menos de, pongamos quince días, me he encontrado / topado / visto a tres personas llorando. La primera, quizás la que más me impactó, estaba en la biblioteca. Como muchos otros, tenía la mirada fija en la pantalla del portátil. Estaba sentada frente a mí, aunque yo, en ese momento, todavía no estaba sentado (sacaba mi portátil de la bolsa). De pronto, se tapó la boca con la mano e hizo un ruido extraño, como un hipido. La miré, pero ella seguía con la vista clavada en la pantalla. En un segundo después, volvió a hacer ese ruido, que ahora, inconfundiblemente, era un sollozo; aunque se tapara la boca intentando ahogarlo, sus ojos lo dejaban claro.

Durante otro segundo, me quedé parado , sin saber qué hacer. No sabía si preguntarle si estaba bien. No sabía si dejarlo correr...

Durante ese segundo, ella rompió a llorar. Inconteniblemente. La mano que le tapaba la boca le sirvió para esconderse, bajando la cabeza y llorando de forma desoladora. Yo, como algunos otros alrededor, la mirábamos sin movernos, indecisos. Hasta que, un instante después, se quitó los auriculares y se levantó de la mesa. Se alejó, llorando todavía, caminando. Y aunque intentaba acallar los sollozos, toda la sala la miraba.

A dos pasos de la puerta, arrancó a correr.

Volvió un rato después, con los ojos rojos de haber llorado. Apenas se sentó de nuevo frente al ordenador, volvió a llorar. Miraba la pantalla y tecleaba. Yo la tenía delante, y veía esas lágrimas tristes resbalando por sus mejillas mientras la escuchaba teclear.

Cuando acabó de escribir, se marchó de nuevo.

Al volver, recogió su portátil y lo metió en un bolso con un gesto fruto de la rutina, junto con el resto de las cosas que tenía sobre la mesa. Se la veía serena.

Y se fue.

Poco después, vi a otra chica, llorando mientras hablaba por teléfono. Al otro lado de la calle, mientras yo caminaba de vuelta a casa. Fue un instante, como hace un par de días, cuando me crucé con una pareja que discutía. La voz de ella llegaba amortiguada por el casco de moto que llevaba puesto. Estaba sentada sobre una scooter, y le reprochaba algo a un chico, depie, junto a ella. La vi llorar a través de la visera abierta del casco, los ojos verdes rodeados de la rojez provocada por las lágrimas. Apenas escuché una frase, un reproche.

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